Patricio Valdés Marín
Hace unos 200.000 años atrás y por una extensión de al
menos unos 80.000 años, la evolución del género homo pasó por una fase acuática
que dio origen a la especie sapiens. Durante este tiempo, el homo sapiens
adquirió las características que lo separó del homo ergaster, especie del que
provenía. El medio acuático lo diferenció de su antecesor principalmente porque
su dieta fue muy rica en proteínas cuando supo explotar el nuevo nicho de peces
y moluscos marinos. No sólo esta dieta favoreció el desarrollo del cerebro,
sino que el medio acuático lo separó morfológicamente de sus antepasados.
La evolución marcha rápida y es profunda cuando un
grupo permanece aislado en un ambiente muy distinto del que tenía y está además
constituido por relativamente pocos individuos para que las mutaciones
benéficas puedan propagarse a toda la población en pocas generaciones. Al cabo
de algunas decenas de miles de años, podemos suponer que nuestra especie habría
evolucionado hasta adquirir las características anatómicas que nos caracteriza
y que nos diferencia de los otros homínidos. Estas características han sido
descritas en la “teoría acuática” propuesta por Sir Alister Hardy (1896-1985),
en 1960, y Elaine Morgan (1920-), en Eva al desnudo, 1972. Esta última
antropóloga explica que ciertos rasgos propios del homo sapiens sólo pudieron
aparecer durante una etapa de su evolución ocurrida en el agua. Aunque ambos
postulaban que tal evento ocurrió en el Plioceno, es mucho más probable que
esta etapa pudiera haber sucedido justamente ya muy avanzado el Pleistoceno, y
precisamente en la época indicada por la teoría del ADN mitocondrial para el
origen del homo sapiens.
Entre los rasgos anatómicos distintivos que nos separa
de los demás primates la teoría acuática menciona algunos muy característicos.
Así, no sólo el pelaje desapareció, sino que el escaso vello que quedó está
dispuesto de manera distinta del pelo de los demás primates, pues sigue la
dirección de la corriente de agua en un nadador, dato que puede ser útil al
momento de afeitarse. Las yemas de los dedos del ser humano adquirieron una
marcada sensibilidad, la que puede deberse a la necesidad que tuvo en la era
acuática para tantear moluscos que no se pueden ver con precisión bajo el agua.
Su capa de grasa subcutánea es similar a la de otros mamíferos acuáticos, pero
es distinta de los otros primates, y pudo deberse a la manera de mantener la
temperatura corporal dentro del agua cuando debió reemplazar el pelaje como
abrigo corporal, pero que estorbaba en el agua. El cabello se mantuvo sólo
sobre el cráneo, que el nadador mantenía fuera del agua, probablemente como
protección solar y, en el caso de las mujeres, es más largo para que las crías,
también eximias nadadoras, pudieran asirse. Las crías humanas pueden nacer bajo
el agua y en sus primeros meses los bebes pueden nadar sin ahogarse. Los
lacrimales sufrieron el desarrollo que demandaba el nuevo hábitat marino. A
diferencia de los simios, la nariz humana se prolongó para construir un techo
cartilaginoso, dirigiendo la apertura de las fosas nasales hacia abajo para
impedir que el agua ingrese a las vías respiratorias cuando se aspira con la
cara mojada. Los incipientes cartílagos entre los dedos de nuestras manos
apuntan hacia la función natatoria de las patas palmípedas de los ánades y
otras aves marinas.
El lenguaje articulado fue posible cuando, justamente,
en la etapa acuática de la especie la laringe adquirió una posición más baja en
el cuello, lo que permitía a nuestros antepasados de hace 200.000 a 120.000
años atrás nadar y sumergirse sin que el agua ingresara a sus pulmones por la
tráquea. Esto produjo un aumento del tamaño de la faringe, que es el espacio
situado entre el fondo de la cavidad nasal y la laringe y que constituye una
cámara inexistente en los restantes animales. La ampliación estructural de la
faringe permitió a aquellos antepasados y permite a nosotros emitir
precisamente los sonidos vocales que requiere el lenguaje articulado.
En el hábitat de praderas el homo ergaster y su
antecesor, el homo habilis, habían sobrevivido y evolucionado para adquirir los
rasgos anatómicos que los caracterizaban. Se supone que lo central de su dieta
habría sido la médula de carroña suplementado por frutas, raíces, semillas y
alimañas. Grupos de homo ergaster, que ocupaban zonas costeras con extensiones
amplias de agua de bajo fondo, como el mar Rojo, que eran ricas en las
nutritivas proteínas de peces y mariscos, habían encontrado la técnica de
pescar y mariscar. Esta dieta rica en proteínas posibilitó el crecimiento del
cerebro, condición necesaria para originar el homo sapiens. La nueva expansión
del cerebro ocurrida desde hace unos 200.000 años atrás y que desarrolló los
lóbulos frontales no hubiera ocurrido probablemente si acaso el nuevo hábitat
no hubiera tenido abundancia de alimentos para una dieta suficientemente rica
en nutrientes y calorías, como es el caso de una dieta basada principalmente de
peces y mariscos, para suplir la mayor demanda energética que exige un mayor
volumen cerebral en relación al cuerpo.
Desde el punto de vista del desarrollo del cerebro y de
la expansión de la caja craneana, el filum homo había atestiguado probablemente
dos saltos anteriores. El primero ocurrió cuando un grupo de homínidos adoptó
la postura erguida, hace unos dos y medio millones de años, con lo que el
cráneo se liberó de la musculatura que lo aprisionaba para mantenerlo
horizontal y consecuentemente creció. Posteriormente, hace unos dos millones de
años, posiblemente ayudado por una nueva dieta rica en proteínas que su mayor
inteligencia había descubierto, se produjo en nuestros antepasados una mutación
genética, por la cual el desarrollo muscular de las mandíbulas se vio limitado,
a la vez que el cráneo se vio nuevamente más libre del aprisionamiento
muscular.
También es probable que este aislado grupo deviniera,
durante esa etapa, en la primera tribu de homo sapiens, pues su cerebro habría
adquirido en ese entonces la capacidad de pensamiento racional y abstracto que
toda su descendencia tendría, como también de las características que
caracterizan a la psicología humana. Pero a diferencia de las otras
adaptaciones surgidas como soluciones concretas al nuevo ambiente playero, esta
capacidad no fue probablemente una mejor adaptación, sino una determinada y
novedosa organización cerebral que surgió en forma aleatoria, sin propósito
definido, pero que terminó por demostrar su portentosa utilidad a través del
lento devenir del tiempo.
El pensamiento específicamente humano es aquél de las
ideas abstractas que permiten conceptualizar la realidad, y del razonamiento
lógico que permite obtener un mayor conocimiento de ésta. Adicionalmente, son
específicamente humanos los sentimientos en el plano afectivo y la voluntad de
la acción intencional en el plano efectivo. Todos estos productos psíquicos de
la mente humana, que tienen por fundamento la estructura cerebral y su modo de
funcionamiento, se erigen sobre un substrato neuronal y psíquico que es común a
todos los animales superiores, pero que ha sufrido un extraordinario desarrollo
en el homo sapiens.
Es posible actuar socialmente en torno a un objetivo
sin necesidad de ser ni muy lógico ni muy abstracto. El lenguaje puede surgir
sin tantas habilidades intelectuales. En realidad, tomó casi toda la historia
de la humanidad para que las capacidades intelectuales exhibidas por el homo
sapiens en su comienzo mostraran todo su esplendor en algunos pueblitos de la
Grecia antigua. Incluso en la actualidad, gran parte de la población humana
vive su vida plenamente sin usar mucho su cabeza, sino más bien siguiendo
servilmente el ritual impuesto por la cultura, la ética incluida.
La teoría paleoantropológica, que busca trazar los
orígenes de nuestra especie mediante el análisis del ADN mitocondrial de los
diversos pueblos existentes en la actualidad, postula que es probable que los
seres humanos modernos provengan de una sola “Eva”, que vivió en África hace
unos 120.000 a 200.000 años atrás. Es probable también que Eva perteneciera a
un reducido grupo de homo ergaster que se hubiera establecido en las aisladas
playas de la costa africana que van desde el Mar Rojo hasta el cabo de Buena
Esperanza. Justamente en tales lugares se han descubierto conchales que delatan
huellas de asentamiento humano que datan del Pleistoceno. Durante dicha época
este grupo de homínidos evolucionó en homo sapiens en medio de una dramática
presión ambiental que extinguió al homo ergaster y que estuvo a punto de causar
su extinción.
Por otra parte, el ser humano moderno de todas las
razas, cuya característica más distintiva fue el desarrollo del cerebro para
permitirle el pensamiento abstracto y racional, los sentimientos y la capacidad
de la acción intencional, proviene genéticamente de un “Adán” que vivió hace
60.000 años. Sus descendientes se expandieran por todo el planeta. De otro
modo, las razas que existen en la actualidad, repartidas por los continentes,
hubieran sido distintas especies de homo sapiens.
Posteriormente, hace 75.000 años atrás, la emergente
población de homo sapiens sufrió casi una extinción que hizo peligrar su
prolongación a causa de la violenta erupción del súper volcán Toba, en Sumatra.
Las cenizas cubrieron por años la atmósfera, bloqueando la luz del Sol y
produciendo un descenso de 10º C de la temperatura global promedio. Los gases
volcánicos acidificaron la atmósfera y el agua dulce. Tres cuartas partes de la
vegetación pereció y muchas especies se extinguieron. Se estima que la
población humana se redujo a un par de miles de individuos.
Desde entonces y esa tranquila costa en la base del
Cuerno de África, los descendientes con abombadas frentes de esta primera tribu
humana dirigieron sus aventureros y adaptables pasos para conquistar primero
Asia, Europa y el interior de África, según explica la teoría “fuera de
África”, y en el transcurso del tiempo ocupar toda la Tierra, e incluso haber
pisado la Luna.
Sus primos erectus y neandertales habían emigrado de
África cientos de miles de años antes, cuando recién habían dejado de ser homo
habilis. En contra de la imagen popular, no sólo eran probablemente tan peludos
como sus parientes simios, y en el caso de los neandertales también su pelambre
se habría tornado mucho más denso para resistir las gélidas temperaturas en la
Europa de la Edad glacial. Al menos no existe ninguna evidencia que apoye la
postura contraria. Por el contrario, las especies y razas de otros animales que
habitan las zonas árticas poseen gran abundancia de pelaje. Pero aunque habían
adquirido una capacidad craneana no sólo significativamente mayor que la de sus
antepasados habilis, sino que incluso algo mayor que la de sus propios primos
desnudos, los neandertales actuaban como sus antepasados más primitivos,
posiblemente de manera algo más sofisticada, pues esa enorme capacidad craneana
no los hacía mejores para razonar ni para conceptualizar los objetos del
conocimiento.
En cuanto a la nueva capacidad de pensamiento racional
y abstracto del recientemente aparecido homo sapiens, ésta no produjo una
revolución tecnológica inmediata distinta de sus primos neandertales. Por
muchas decenas de miles de años ambas especies actuaban de manera similar,
desbastando piedras para fabricar hachas y cuchillos, aguzando y pelando ramas
rectas, cazando, recolectando. Nuestros peludos primos funcionaban
estupendamente bien en un medio helado ocupado por mamut, renos, osos y otros
lanudos animales de aquella época. Pero con el tiempo, más inteligentes para
descubrir las mejores maneras de adaptarse a distintos hábitat, los desnudos
sapiens llegaron también a ocupar el territorio de sus peludos parientes y a
competir con ellos cuando lograron inventar los abrigadores trajes de pieles
tras desarrollar la aguja, el hilo, precisas herramientas para cortar cuero y
métodos para curtirlo. Utilizando una mínima fracción de su gran capacidad de
pensamiento conceptual y lógico, les permitió ocupar y dominar un hábitat para
el cual no estaban naturalmente dotados.
Lo anterior nos está demostrando que no basta con tener
la capacidad neuronal para razonar como Einstein o componer música como Mozart.
La materia bruta del pensar es inútil si acaso no está tallada por la cultura y
la formación individual. Y el resultado es aún mejor cuando la talla es más
fina. Genios potenciales pudieron haber habido multitudes entre nuestro
antepasados en estos 100.000 años o más de existencia del homo sapiens, pero
nunca se destacaron, con toda probabilidad ni siquiera como eximios fabricantes
de lanzas.
Porque fueron capaces de valorar las ventajas que
brindaban ciertas cosas, en forma muy lenta, casi imperceptible, nuestros
antepasados se fueron distanciando del homo ergaster y fueron atesorando una
innovación allí, un descubrimiento allá, una idea acullá. Nuestros antepasados
eran tan rápidos como nosotros para apreciar una oportunidad, aprender de ella
y sacarle el máximo provecho. Lo difícil era, como lo es hoy, inventar,
descubrir o idear algo nuevo. La rueda puede ser algo tan útil como parecer tan
simple, pero fue un invento que apareció sólo hace unos 4.500 años atrás en
Caldea. Ahora moviliza nuestra civilización.
La cultura resultó ser un mecanismo más poderoso que la
evolución biológica como forma de adaptación al medio, pues ha llegado hasta
transformarlo. Ella, que en el fondo no sólo es comunicación, sino
principalmente memoria, se encarga generalmente de que las ideas que han
demostrado su utilidad no se pierdan. Además, una idea trae consigo otra que
perfecciona la anterior. El conocimiento es acumulativo mientras la cultura no
sea destruida, como ocurrió, por ejemplo, con la caída del Imperio romano. En
nuestra época somos testigos de una revolución permanente de la tecnología y de
las ideas que día a día van superando lo avanzado.
Uno de los resultados más sorprendentes del
advenimiento del homo sapiens y su portentosa inteligencia fue la posibilidad
de vivir en tribus. Probablemente, sus ancestros habían vivido socialmente en
tropas, como los actuales chimpancés y gorilas. Una tribu permite una
adaptación extraordinaria al medio, pues el conocimiento de la experiencia
individual se puede transmitir a todos sus miembros y se conserva
indefinidamente en la comunidad, acrecentándose con las experiencias de los
demás en lo que constituye la cultura. Adicionalmente, la inteligencia humana
posibilita el conocimiento íntimo de los alrededor de 60 a 120 compañeros que
integraba o integra corrientemente una tribu. En fin, aquello que distingue una
tribu de una tropa es la formidable acentuación de la solidaridad y la cooperación
en la genética humana, por las cuales se pueden vencer los obstáculos que va
presentando el medio hasta llegar hasta dominarlo y someterlo. Una tribu es una
comunidad humana compuesta por miembros que comunican conceptos abstractos y
lógicos, que se conocen íntimamente, se estiman y se respetan, donde, más que
la simple convivencia, reina la solidaridad y la cooperación. El hábitat
natural de todo ser humano, producto de la evolución genética, es la tribu.
Toda estructuración social que no respete la naturaleza o el modo de ser tribal
produce hondos conflictos psicológicos y morales en los individuos.
Ciertamente, la convivencia tribal nunca ha sido el
Edén bíblico. El afán individual de supervivencia y reproducción choca contra
la necesidad de subsistencia comunitaria, y antes que brote en abundancia el
respeto, la generosidad y la misericordia, a menudo lo que aflora son la
codicia, la lujuria, la gula, la avaricia, la pereza, la ira, la envidia y la
soberbia, que son los vicios englobados como “pecados capitales” en las
enseñanzas morales desde los tiempos de los primeros cristianos.
Además, en la perspectiva inclusión-exclusión social,
si los miembros de la propia tribu son considerados vecinos, colaboradores,
compañeros, camaradas, amigos, los miembros de las otras tribus son juzgados
como foráneos, competidores, rivales, adversarios y hasta enemigos. Esta
situación antropológica genera los principales conflictos sociales, étnicos e
internacionales. La solución ha sido y es englobar las unidades discordantes en
un todo mayor incluyente.
Si la cultura nos permite aprovechar las ventajas del
conocimiento acumulativo y las profundas tendencias psicológicas de solidaridad
y cooperación implantadas en nuestro genoma, no es garantía alguna de
generosidad, humanidad y misericordia. El siglo XX ha sido testigo de las
peores tragedias de matanzas y destrucción que han ocurrido en la larga y
convulsiva historia de la humanidad. Decenas de millones de seres humanos han
sufrido muertes horribles, tempranas, y sobre todo innecesarias, en manos de
sus congéneres. Las peores maldades y destrucciones han sido llevadas a cabo
por personas y pueblos que se suponía eran lo más acabado y refinado de la
civilización cristiana. Incluso ahora, poderosas y muy civilizadas naciones
desvían importantes recursos para construir arsenales militares que podrían
destruir varias veces el planeta donde todos vivimos, y todo ello decidido por
personas sensatas, afectuosas y muy correctas, que aplican todas sus facultades
intelectuales para determinar como matar y destruir con la mayor eficacia
posible.
El pensamiento humano es un arma poderosa que muchas
veces nos presenta la realidad en forma muy distorsionada. Pero la realidad es,
por el contrario, infinitamente compleja, y nosotros, en nuestra soberbia
pretendemos saberlo todo y cometemos graves equivocaciones. Además de la
soberbia, también funcionan en nuestras decisiones la codicia, la venganza, el
odio y otras lamentables pasiones, propias de nuestras limitaciones y de
nuestro afán por la supervivencia y la reproducción.
Si el pensamiento humano es virtualmente nada sin la
cultura, con la cultura puede tornarse en un arma mortal cuando las pasiones no
se le sujetan y cuando, en cambio, no se adopta una actitud de humildad. Sólo
el pensamiento nos permite conocer profundamente la realidad que nos rodea,
poetizar en torno a ella, e incluso postular la existencia de un ser creador
del universo y glorificarlo por ello. Solo cuando llega a ser misericordioso
con el necesitado y busca la justicia y el amor, el pensamiento humano,
finamente tallado por la cultura, la educación y una sabia formación, puede
llegar a ser un cocreador del universo. Solo cuando los más altos valores
humanos se encarnan en la cultura podemos respirar con un cierto alivio
acotando las atrocidades que continuamente asechan el paso de la humanidad por
la historia. Sólo cuando se respeta nuestras características genéticas y modo
de ser tribal, podemos ser más humanamente cordiales.
El poder reproducir la realidad en representaciones de
imágenes subjetivas es una capacidad de la inteligencia animal, pero el poder
de representarla en conceptos abstractos es propio del pensamiento humano.
Además, el poder relacionar estas representaciones lógicamente y generar un orden
o una estructura que no es evidente en la pura observación de la realidad es
una capacidad del pensamiento racional. El poder traducir verbalmente los
conceptos es propio de la palabra, y el poder relacionar y estructurar estas
unidades racionalmente es propio del lenguaje comunicativo de la cultura de
cualquier comunidad humana. El poder almacenar los volátiles pensamientos en la
escritura, como tablillas de barro, libros o cintas y discos electrónicos, es
acrecentar la cultura. Para precisar más, el pensamiento humano es la capacidad
para relacionar imágenes, ideas y proposiciones es estructuras más complejas.
Se pueden distinguir dos tipos de procesos de pensamiento netamente humanos
distintos, pero que habitualmente son englobados en lo racional, conduciendo a
graves errores teóricos. Estos son el pensamiento abstracto y el pensamiento
específicamente racional.
El pensamiento abstracto relaciona imágenes e ideas más
concretas en conceptos más abstractos, que son más universales. En esta
relación, importa la verdad, es decir, la mayor o menor correspondencia entre
la idea y la cosa., además del grado de universalidad, que es la cantidad de
cosas o ideas menos universales que son referidos por el concepto. Para lograr
una máxima veracidad el pensamiento debe ejercer el criticismo, que es la
capacidad para volver a la cosa concreta si se quiere pensar y hablar de la realidad
y no de fantasía. Por su parte, el pensamiento racional relaciona los conceptos
en proposiciones o juicios, y éstos, en relaciones lógicas. Lo que importa aquí
es la validez de estas relaciones lógicas. Si las premisas son válidas y si la
mecánica lógica es la adecuada, entonces la conclusión será también válida. La
verdad no compete a la lógica. Pero si las proposiciones son válidas y
verdaderas, y la mecánica lógica es la adecuada, entonces la conclusión, que no
está explícita en las premisas, resulta verdadera. Aunque las premisas sean
válidas, basta que exista alguna falsedad en ellas para que la conclusión sea
falsa.
El pensamiento racional y abstracto del ser humano lo
separa de sus antecesores homínidos y del resto de los animales, y lo coloca en
un lugar muy especial entre las criaturas del universo. Mediante esta capacidad
intelectual, un ser humano adquiere conciencia de sí, comprende lo que vincula
una causa con su efecto, consigue dominar su entorno, comunicar su experiencia
a otros seres humanos y comprender la experiencia de éstos. No sólo puede con
otros humanos generar cultura, sino que puede maravillarse del mundo que lo
rodea y reconocer a su Hacedor.
Notas:
Este ensayo, ubicado en http://unihum5i.blogspot,com/, corresponde a la “Introducción” del Libro V, El pensamiento humano (ref. http://unihum5.blogspot.com/).